A diferencia de los otros tres pueblos que tuvieron una industrialización más tardía, en Legazpi, la historia del hierro comenzó en el siglo XI, con las ferrerías de viento que había en los montes (llamadas “haizeolak” ferrerías de viento o “gentiletxeak” casas de gentiles). En el siglo XII las ferrerías descendieron al borde de los ríos para aprovechar la fuerza hidráulica. En el siglo XV, junto a las actividades agrícolas y pastoriles, había más de 20 ferrerías.
Los ferrones u “olagizon” siempre han pleiteado con los caseros o “baserritarrak”, reclamando su condición de primeros pobladores del valle. El motivo real era la necesidad de los bosques para obtener madera, que era la materia prima necesaria para el funcionamiento de las ferrerías. Cabe destacar que estos dos grupos estaban regidos por diferentes códigos de leyes.
En el siglo XIX comenzaría el declive de las ferrerías tanto en Legazpi como en Gipuzkoa, que tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos y se convirtieron en molinos, serrerías o centrales eléctricas para la industria papelera.
Con la desaparición de las ferrerías se crearon los primeros talleres artesanales, y uno de ellos, fundado en 1908, sería el taller Patricio Echeverría S.A., que inicialmente contaba con 12 trabajadores pero que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en la mayor fábrica de la localidad.
A partir de 1950 la prosperidad de las industrias radicadas en Legazpi atrajo a mucha gente al municipio. Así, de los 1.246 habitantes que conformaban la población en 1.900, pasó a 10.588 habitantes en 1.980. A partir de este año, a consecuencia de las graves crisis de la economía, los índices demográficos han ido disminuyendo.
En la actualidad, aunque unos pocos caseríos se dedican al pastoreo y producen productos artesanales, los principales impulsores de la economía de Legazpi son la industria y los servicios.